Muchas veces cuando un problema social está cerca de solucionarse, o al menos exhibe una dinámica positiva que nos permite vislumbrar su fin en un futuro cercano, suele ser cuando una gran parte de la población se da cuenta siquiera de la mera existencia del problema y se organiza políticamente para acabar con el mismo. Los grandes relatos de pobreza que nos legaron Charles Dickens (Oliver Twist) o Victor Hugo (Los Miserables) contrastan con la mejora sustancial de los niveles de vida de la población en la era industrial. Múltiples comisiones sobre pobreza y leyes para paliar los efectos de la misma salían del Parlamento inglés justo cuando la pobreza ya se estaba reduciendo. Con el feminismo de tercera ola (el más virulento con diferencia) pasa algo parecido. Los feministas se quejan de la situación de inferioridad de la mujer en los sitios donde el problema ya ha sido prácticamente solucionado (países capitalistas occidentales) y en el momento donde la discriminación es mínima (actualmente).
Además, el feminismo es una de esas nuevas banderas que los derrotados de la caída del muro de Berlín enarbolan como propia. El movimiento feminista está en muchas partes del mundo totalmente tomado por la vieja izquierda. Prueba de ello es la cada vez más clara aplicación de la sociología marxista de la lucha de clases al género. El manifiesto de la huelga feminista del pasado 8M es la más clara expresión de un manifiesto escrito desde una izquierda claramente anticapitalista.
El feminismo de tercera ola parece que vincula por un lado patriarcado con capitalismo y por otro lado patriarcado con sociedad occidental. Veamos cada uno de los casos por separado para ver si existe algo de verdad en éstas afirmaciones.
Capitalismo y patriarcado
Una de las relaciones que el nuevo feminismo más recurrentemente aduce es la asociación entre capitalismo y patriarcado. De esta manera, deberíamos esperar que los países más capitalistas sean los que más oprimen al género femenino, ya sea con leyes discriminatorias o restricciones de diferente tipo. Para comprobar si esto es cierto veamos la situación de la mujer en función de lo capitalista que sea el país donde se encuentra.
Cuanto mayor es el índice de libertad económica, mayor es el índice de bienestar de la mujer. Parece que a medida que avanza el capitalismo, también lo hacen los derechos de las mujeres.
Si dividimos los países en cuartiles en función de los más capitalistas (primer cuartil) hasta los menos capitalistas (último cuartil), vemos también aquí como la puntuación media en el índice de bienestar de la mujer incrementa sustancialmente cuanto más capitalista es un país.
A la luz de los datos, lo cierto es que ocurre todo lo contrario a lo que nos explican los feministas. A medida que avanza el capitalismo, también lo hace la situación de la mujer. El índice de Georgetown usado es el que más cantidad de factores de posible discriminación contra la mujer incluye (en concreto tiene subíndices de inclusión, justicia y seguridad).
En definitiva, cuando los países son más capitalistas, mejora la situación de inclusión social, desaparecen las leyes discriminatorias y aumenta la seguridad de las mujeres. Parece que la relación entre capitalismo y patriarcado que nos presentan los grupos feministas no ocurre en la realidad.
Sociedad occidental y patriarcado
Otra de las grandes quejas de los feministas es la supuesta relación existente entre patriarcado y sociedad occidental. Es difícil, y existe algo de controversia intentando separar países por la pertenencia a diferentes civilizaciones. La lengua es un vehículo cultural esencial, sin embargo es demasiado estrecho (podríamos fácilmente decir que los italianos y españoles somos de cultura occidental a pesar de no tener la misma lengua). Otra posible forma es mediante religión, podríamos decir que la cultura occidental es esencialmente de origen judeo-cristiano. Usar la religión como criterio de pertenencia a Occidente tampoco está carente de problemas. Por ejemplo gran parte de África profesa el cristianismo y sin embargo difícilmente pensaríamos que esos países africanos pertenecen a la civilización occidental. Con el fin de poner una línea entre la civilización occidental y el resto de civilizaciones vamos a utilizar la división que hace Huntington en su libro Choque de civilizaciones (2011).
Así, Huntington distingue entre 9 civilizaciones diferentes. Si ordenamos a los países por tipo de civilización y calculamos la puntuación media en el índice de bienestar de la mujer tenemos el siguiente gráfico.
Aquí vemos como efectivamente la civilización occidental es la que mejor protege los derechos de la mujer. Encontrarse en un país occidental significa para una mujer una mejor situación en términos de inclusión social, no verse sometida a leyes discriminatorias y un aumento de su seguridad. Las mujeres occidentales son las que disfrutan de más derechos en el mundo.
De los 20 países con mayor bienestar para la mujer, 19 son países occidentales (Singapur, país capitalista por excelencia, sería el único país no occidental). El país musulmán con mayor bienestar para la mujer es Emiratos Árabes Unidos, se encuentra en el puesto 43 del mundo y tiene una puntuación prácticamente idéntica a la del penúltimo país occidental en la lista (Hungría). De los 20 peores países con menor bienestar para la mujer, 15 son países musulmanes y 5 países africanos.
Por lo que parece claro que los países occidentales son el mejor sitio del mundo para ser una mujer.
Conclusión
La discriminación contra la mujer es un fenómeno típico de países anticapitalistas y musulmanes. La protección de los derechos de la mujer, en claro contraste, es un fenómeno que se da en países capitalistas y occidentales.
La mejor cura contra la discriminación de la mujer viene adoptar políticas tendentes a la liberalización económica y de cultivar y proteger los valores occidentales.
Este artículo fue publicado originalmente en Libremercado.