Economía del desarrollo; desde 1945 hasta hoy

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La economía del desarrollo es la rama de la economía que se ocupa de los problemas y retos de los países con menores ingresos. La economía del desarrollo se inicia, como una rama distintiva de la economía, después de la Segunda Guerra Mundial. Desde entonces han surgido muchas escuelas que intentan explicar los determinantes del subdesarrollo y proponen diferentes formas de superar dicho subdesarrollo. Veamos las principales características de las diferentes escuelas de la economía del desarrollo.

Génesis de la economía del desarrollo

La economía del desarrollo empieza a concebirse como una rama de la economía desde el final de la Segunda Guerra Mundial. Desde 1945 se empieza a considerar que la teoría económica no es capaz de explicar la economía de los países que por aquel entonces se empezaban a llamar subdesarrollados.

Hasta la llegada de la Segunda Guerra mundial, las diferentes escuelas de pensamiento económico no habían dedicado mucho espacio a analizar la situación en las áreas menos desarrolladas. Las explicaciones disponibles sobre las diferencias en el desarrollo de diferentes lugares no venían por el lado de la economía, sino por el lado de la sociología. Así, algunos autores consideraban que los países tenían diferente grado de desarrollo en función de si existía una ética protestante (Weber, 1905), o consideraban al judaísmo como un motor de desarrollo (Sombart, 1911).

La llegada de los economistas del desarrollo coincide con la creación de grandes organizaciones supranacionales cuyo objetivo es acabar, o al menos paliar los efectos de la pobreza. Aunque la ONU se crea como una institución diplomática para asegurar la paz, algunas de sus instancias se crean con el objetivo específico de acabar con la pobreza, es el caso de la FAO. Además se crean comisiones económicas regionales para el desarrollo económico que también dependen de la ONU, como la CEPAL en América Latina o CEAEO para Asia y extremo oriente. También se crean organismos de crédito que buscan el desarrollo económico, como el BID. Es decir, se podría decir que la economía del desarrollo debe gran parte de su génesis a una voluntad política de erradicar la pobreza en el mundo.

La economía del desarrollo también puede encontrar su génesis en la generación de una información estadística antes inexistente. Desde los años 40s se empezó a tener conciencia de la situación real de los países menos desarrollados gracias a la existencia de unas estadísticas que no estaban disponibles antes.

Por lo tanto, en 1945 tenemos:

  • Falta de una explicación económica satisfactoria de la pobreza
  • Existencia de estadísticas
  • Voluntad política

Parece el cóctel perfecto para que se generara una nueva disciplina en la economía; la economía del desarrollo.

Primeros pasos

En los momentos en los que se está formando la nueva economía del desarrollo, la nueva ortodoxia económica ya era el keynesianismo, que acababa de reemplazar a los economistas neoclásicos (aunque nunca es capaz de hacer un cambio de paradigma completo) (Whalen, 1987). La nueva economía del desarrollo bebe del keynesianismo y utiliza los primeros modelos de crecimiento económico desarrollados por keynesianos, como el modelo Harrod-Domar (Harrod, 1939) (Domar, 1946). A pesar de ello, la incipiente economía del desarrollo tenía que readaptar muchos de los postulados keynesianos. No es lo mismo el desempleo de países desarrollados que el subempleo de los subdesarrollados. La teoría keynesiana es subconsumista y los desequilibrios se producen por falta de demanda agregada (Keynes, 1936). Es complicado afirmar que las economías sub-desarroladas tienen un problema de sub-consumo o de falta de demanda agregada. Las primeras adaptaciones vienen de la mano del estructuralismo.

Especificidad estructural (estructuralismo)

Según esta pionera corriente, los países subdesarrollados tenían características estructurales diferentes a la de los países desarrollados. En concreto, se afirmaba que la estructura productiva era muy rígida. Las deficiencias en los mercados provocaba que la oferta de bienes fuera muy inelástica, con una escasa capacidad de hacer frente a cambios en condiciones económicas externas (Bustelo, 1998).

Bajo esta teoría, los países subdesarrollados se caracterizan por tener una economía a dos velocidades; existe un sector moderno exportador con altas tasas de productividad y un sector tradicional agrícola con baja tasa de productividad (esencialmente agricultura de subsistencia). Los países subdesarrollados también se destacarían por la sobre-especialización exportadora en sectores primarios con pocos encadenamientos productivos, es decir, con bajos multiplicadores del gasto o efectos demanda derivada limitados (Palma, 1987).

Para los estructuralistas existe una trampa de equilibrio a bajo nivel (Leibenstein, 1957). En una clara copia al keynesianismo y su equilibrio con factores desempleados, los estructuralistas argumentan que la trampa de equilibrio con bajo nivel de renta hace necesario una especie de empujón hacia el desarrollo por parte de políticas de Estado dirigidas a tal fin (Rosenstein-Rodan, 1943).

Los estructuralistas consideran que es necesario incrementar la tasa de inversión para conseguir el desarrollo. Para incrementar la tasa de inversión se pretendía incrementar la tasa de ahorro interno y atraer ahorro externo mediante la inversión extranjera directa (Bustelo, 1998).

Los estructuralistas no se preocuparon de la distribución de la renta. Para ellos era suficiente con generar el desarrollo económico y acudían a la curva de Kuznets para explicar como esperaban que se produjese un incremento en la desigualdad en las primeras fases de desarrollo económico, en concreto los ahorradores verían incrementar su renta. En un estadío más avanzado de desarrollo la desigualdad tendería a reducirse (Kuznets, 1955).

Los estructuralistas estaban totalmente enfocados en la industrialización, ya que presuponían que era el sector que más efectos multiplicadores o de demanda derivada tenía. La baja elasticidad renta de la demanda de productos primarios (limitado crecimiento de la demanda de esos productos cuando la renta incrementa) y la inestabilidad en la entrada de divisas en productos primarios se consideraban debilidades del sector primario no aplicables a la industria. Es por ello que recomendaban proteger la industria nacional con todo tipo de medidas restrictivas del comercio. Por tanto, la industria debe ser protegida por tener mayores efectos multiplicadores y no tener las supuestas desventajas de las industrias primarias.

Los estructuralistas se dividieron en dos sub-grupos en función del tipo de sector industrial a ser diseñado; defensores del crecimiento proporcionado y los defensores del crecimiento desproporcionado (Bustelo, 1998):

  • El crecimiento proporcionado se refiere a una industrialización equitativa entre diferentes sectores. Interdependencias entre industrias se supone que aceleran el crecimiento. Se renuncia a la especialización para tener una mayor estabilidad. Muchas industrias son clientes de otras, por lo que una bajada en el precio del output de una industria puede crear una situación complicada en esa industria, pero favorece a la industria cuyo input está bajando de precio.
  • El crecimiento desproporcionado, por su parte, defiende concentrar las inversiones en las industrias con mayores efectos multiplicadores. También se citan las bondades de la especialización internacional y se considera imposible para un país subdesarrollado desarrollar múltiples ramas de actividad encadenadas por limitación de recursos.

El estructuralismo se vio muy influenciado e incluso desarrolló internamente (en el caso del estructuralismo Latinoamericano) el análisis centro-periferia. El análisis centro-periferia afirma que el libre comercio y la globalización en realidad están dañando a las economías subdesarrolladas y condenándolas a permanecer indefinidamente produciendo materias primas y productos poco elaborados, con poco valor añadido, para que sean transformados en las economías desarrolladas y se genere allí la mayor cantidad de valor (Myrdal, 1957). La división internacional del trabajo y la especialización estarían dañando aquellos países con ventaja competitiva en materias primas, el libre comercio haría que el subdesarrollo se acentúe en la periferia y el desarrollo en el centro. En palabras de Prebich (citado en Bustelo, 1998):

…los países de América Latina formaban parte de un sistema de relaciones económicas internacionales al que denominé sistema centro-periferia… Se trataba de una constelación económica en cuyo centro se encontraban los países industrializados. Favorecidos por esta posición y por su temprano progreso técnico, esos países organizaron el sistema como un todo para que sirviera a sus propios intereses.

Es interesante observar por una parte la insinuación de conspiración (los países industrializados organizan el sistema y se aprovechan del mismo) y por otra parte se obvia que la mayor parte de normas y sistemas sociales vigentes no son fruto de un diseño deliberado, sino de la evolución social e institucional (Hayek, 1973).

El estructuralismo propone levantar barreras de todo tipo al comercio internacional con el objetivo de proteger la industria naciente que se suponía incapaz de competir en igualdad de condiciones con la industria de países desarrollados (Melitz, 2005). El estructuralismo también utiliza la hipótesis Prebich-Singer para justificar la industrialización forzada. La hipótesis Prebich-Singer afirma que los términos de intercambio de los países productores de commodities se deterioran constantemente contra los países productores de bienes manufacturados (Singer, 1950), por lo que el libre comercio tendría unos perdedores claros, los países exportadores de commodities.

La política de sustitución de importaciones es descendencia directa de la teoría estructuralista. Esta política de sustitución de importaciones en realidad tiene su origen en el periodo de entreguerras, pero su desarrollo académico e implantación en amplias zonas del planeta (sobre todo Latinoamérica) durante un periodo relativamente amplio (en algunos casos hasta 30 años) se da después de la Segunda Guerra Mundial. La política de sustitución de importaciones protege a la industria nacional con el levantamiento de cuantiosos aranceles a la importación de productos industriales, apreciación de la moneda para ayudar a la industria a comprar bienes de equipo y bienes intermedios. En Latinoamérica la política de sustitución de importaciones resultó ser en extremo perjudicial para las economías que las implantaron (Franko, 2007).

Los estructuralistas son muy desconfiados de la capacidad que tiene el libre mercado para sacar de la pobreza a los países menos desarrollados. Aunque no existe una única receta estructuralista, lo cierto es que todos los autores, incluso los que venían de la escuela austriaca de economía como Rosenstein-Rodan, defendían amplias intervenciones del gobierno en la economía. Esta cita de Gunnar Myrdal resume bien la visión estructuralista (citado en Bustelo, 1998):

“El hecho de que en los países subdesarrollados haya surgido este anhelo por el desarrollo económico como principal aspiración política… reafirma la idea de que se trata de una tarea que debe ser emprendida por los gobiernos, los cuales deben preparar y poner en práctica un plan económico general que comprenda un sistema de controles e incentivos adecuado para que el proceso de desarrollo se inicie y prosiga sin interrupciones.”

Algunos estructuralistas desarrollan incluso una justificación extra para cerrarse al comercio y evitar el contacto con economías desarrolladas; el efecto demostración. El efecto demostración considera que el contacto con el mundo desarrollado es perjudicial para las economías subdesarrolladas ya que abre los ojos a posibilidades de consumo antes desconocidas y esto tiende a elevar la propensión marginal al consumo, desalentando ahorro e inversión (Nurkse, 1953).

Desde finales de los años 50 la nueva economía del desarrollo empieza a entrar en una crisis debido a la falta de avances (incluso a veces regresiones) en los países donde se estaban aplicando sus políticas. La sustitución de importaciones fue un verdadero desastre que se manifestaba muchas veces en desequilibrios graves de balanza de pagos y en graves problemas de eficiencia y competitividad en las industrias protegidas. La discrecionalidad dada a gobiernos en política económica derivó en algunos lugares en aventuras autoritarias. Ya a finales de los años 50s economistas de la talla de Peter Bauer y Jacob Viner empezaron a poner en duda los preceptos de la economía del desarrollo, reivindicando la validez de la teoría de las ventajas comparativas, de la globalización y del libre mercado (Bauer, 1971).

Es de destacar que gran parte del impulso que el estructuralismo tuvo en Latinoamérica vino de parte de las Naciones Unidas, en concreto de su secretaría de su comisión económica para Latinoamérica (CEPAL), de hecho Raúl Prebisch (el de la hipótesis Prebich-Singer que hemos visto antes y que es uno de los pilares del estructuralismo) fue secretario general de la CEPAL desde 1950 hasta 1963.

Teoría de la dependencia

Desde finales de los años 50s, coincidiendo con los primeros signos de agotamiento del estructuralismo, nace la teoría de la dependencia. La teoría de la dependencia es descendencia directa del análisis centro-periferia contenido en el estructuralismo. La teoría de la dependencia tuvo una popularidad importante en América Latina.

La teoría de la dependencia sostiene que el subdesarrollo no es una fase que pasan los países en su peregrinaje hacia sociedades opulentas, sino que es consecuencia del colonialismo y del imperialismo. Las relaciones económicas internacionales están configuradas de tal manera que necesitan que los países subdesarrollados sigan estando en esta situación para que los desarrollados (colonialistas e imperialistas) mantengan su situación de privilegio (Baran, 1957).

Para la teoría de la dependencia, la acumulación de capital siempre se ha llevado a cabo gracias a algún sistema colonial o imperial. Las antiguas metrópolis acumulaban capital arrebatando el excedente productivo a sus colonias de la misma manera que los modernos países capitalistas acumulan capital arrebatando los excedentes a las economías dependientes (economías subdesarrolladas). La única forma que tienen los países dependientes de salir del círculo de pobreza es mediante la desconexión con las relaciones económicas internacionales, es decir, mediante una revolución socialista (Baran, 1957).

La teoría de la dependencia tiene claramente aspectos marxistas como la teoría de la explotación y la necesidad de hacer una revolución socialista. Sin embargo, la teoría de la dependencia ya no considera al capitalismo como una mejora en comparación con la situación pre-capitalista. El capitalismo ya no es el siguiente paso para los países del tercer mundo (antes de llegar a la revolución del proletariado). Esta divergencia teórica es suficientemente importante, ya que supone una violación del materialismo histórico marxista. La teoría de la dependencia, además, se suponía que explicaba mejor que el análisis marxista “tradicional” la situación de los países subdesarrollados. El análisis marxista “tradicional” suponía que el ritmo de acumulación en las economías desarrolladas tendería a caer mientras que en las economías subdesarrolladas, en la medida que se implementaba el capitalismo, tendería a crecer. Para los teóricos de la dependencia la brecha entre países ricos y pobres se estaba haciendo cada vez más grande a pesar de que la evidencia empírica disponible en aquellos años ya señalaba otras dinámicas (Bauer, 1971).

La versión modificada del marxismo en forma de teoría de la dependencia era un paso necesario a la hora de justificar las revoluciones socialistas que se iban a dar los siguientes años en Latinoamérica (ayudado también por la teología de la liberación de algunas facciones de la Iglesia católica latinoamericana). De hecho, existen claros vínculos entre el desarrollo de la teoría de la dependencia y el desarrollo de la revolución cubana y otras revoluciones latinoamericanas (Bernecker y Fischer, 1998).

Las necesidades básicas

Desde inicios de los años 70s la perspectiva de la economía del desarrollo cambia radicalmente. Las protestas en Francia de mayo del 68 y el avance de la Escuela de Frankfurt (Escohotado, 2016) reconfiguran el foco principal de la economía del desarrollo, desde el crecimiento económico (del estructuralismo) hacia las necesidades básicas[1]. Lo importante no sería a partir de ahora incrementar el crecimiento como tal, sino las condiciones de vida de la población de los países subdesarrollados.

La distribución de la renta pasa a tener un peso importante en la economía del desarrollo. Los defensores de la distribución de la renta más moderados pretenden que la redistribución no afecte al crecimiento económico. A tal efecto, Hans Singer (el otro autor de la hipótesis Prebich-Singer) propone el concepto de redistribución incremental. La idea detrás de la redistribución incremental es no redistribuir el escaso ingreso o riqueza que ya existe en las economías subdesarrolladas, sino redistribuir los incrementos de renta (Arndt, 1987). Los más radicales defensores de la distribución de la renta proponían una reforma agraria y una redistribución drástica de activos (Adelman, 1961) bajo la creencia de que una redistribución de tal magnitud crearía un mercado interno homogéneo y con una capacidad de compra suficiente como para justificar nuevas inversiones. No parece que los teóricos más radicales se preocuparan mucho del desincentivo a invertir cuando existen posibilidades de nuevas grandes redistribuciones (es decir expropiaciones).

La Organización Internacional del Trabajo en 1976 enumeró las necesidades básicas; alimentos, vivienda y vestido para tener un nivel de vida digno; acceso a agua potable, alcantarillado, educación, sanidad y transporte; posibilidad tener un trabajo con remuneración aceptable; derecho a medio ambiente sano y a participar en decisiones que afecten a las personas directamente (Emmerij, 2010). Quizá lo más interesante es que para llegar a estos objetivos las medidas propuestas eran; redistribución de propiedades y organización de trabajadores rurales en sindicatos (Bustelo, 1998). Es decir, se buscaba que la población más pobre pudiera cubrir sus necesidades básicas con un notable incremento de la conflictividad y haciéndoles partícipes de propiedades que eran originalmente suyas.

Los 70s fueron una época de estancamiento económico en el mundo desarrollado aunque de un gran desarrollo económico en los países subdesarrollados. Los enormes precios de las materias primas y alimentos resultan en un boom económico en los países que producen dichos productos. Es interesante constatar que los años 70s significaron una refutación de la hipótesis Prebich-Singer (que era uno de los pilares del estructuralismo) según la cual los términos de intercambio de los países productores de commodities se deterioran contra los países productores de bienes manufacturados. En los años 70s (al igual que en el periodo 2003-2014), los términos de intercambio de los países productores de materias primas mejoran constantemente.

Enfoque de la regulación; la reacción del marxismo “clásico”

Los defensores del enfoque de la dependencia, como hemos visto, comparten algunos puntos de análisis con el marxismo y difieren en otros. Los puntos donde se separan son objeto de crítica por parte de autores marxistas “clásicos”.

Los autores del enfoque de la regulación compaginan el pensamiento marxista con la macroeconomía poskeynesiana. El enfoque marxista de la regulación considera importantes las relaciones exteriores de los países subdesarrollados con los países centrales (igual que el enfoque de la dependencia), pero consideran primordiales las relaciones sociales internas (cosa que el análisis de la dependencia obviaba). Esto último permite dar constancia de como las relaciones sociales cambian en algunos países del tercer mundo y les permiten salir del subdesarrollo a pesar de que las relaciones exteriores (dependencia) no cambien (Bustelo, 1998).

Como todo buen análisis marxista, el enfoque de la regulación subsume las relaciones sociales a  las productivas. Así, el análisis de la regulación habla de un taylorismo y fordismo incompleto en los países subdesarrollados que les impide moverse por completo a un régimen capitalista. La acumulación de capital estaría limitada por factores internos que impedían que los métodos modernos de producción como el fordismo se desarrollaran completamente (Lipietz, 1987). En algunos países (especialmente en Asia oriental), estos límites internos eran más débiles, por lo que a pesar de encontrarse en una situación externa de dependencia, pudieron desarrollar un capitalismo y mejorar el nivel de vida de sus poblaciones.

Las economías subdesarrolladas se encuentran, según los autores del enfoque de la regulación, en una fase de taylorismo primitivo, en la que los sectores desarrollados son similares a los desarrollados en la primera revolución industrial (sector textil), con baja tecnificación y uso en condiciones de explotación de ingentes cantidades de mano de obra no cualificada. La producción es esencialmente para la exportación y las condiciones competitivas se mantienen mediante una represión salarial constante. La mayor parte de países se mantienen en este taylorismo primitivo, sin embargo, los más exitosos consiguen moverse a una fase de fordismo en la que se tecnifican los procesos productivos, la producción en masa también se dedica al consumo interno (y por tanto empieza a haber un consumo de masas) y la represión salarial se levanta. Los que consiguen pasar del taylorismo primitivo al fordismo son los países que salen del subdesarrollo.

Caída del keynesianismo y de la economía del desarrollo; años 80s

En los años 80s se produce un resurgimiento mundial de la economía neoclásica (y marginalmente también austriaca). El hundimiento de la economía keynesiana en los 70s (White, 2012) y la irrupción de Reagan y los supply side economits y de Thatcher y vínculo con Friedrich Hayek  y Milton Friedman no sólo influyó en la política económica, sino también en la teoría económica. En lo que tiene que ver con la economía del desarrollo, el continuo descrédito del estructuralismo y la política de sustitución de importaciones (que dura en algunos países hasta los años 80s) unido a la refutación empírica de la hipótesis Prebich-Singer en los años 70s (curiosamente a la vez que la curva de Phillips, pilar fundamental de las teorías keynesianas, era refutada con la aparición de la estanflación), provocan un giro de 180 grados en la aproximación teórica predominante entre los economistas del desarrollo.

Los economistas del desarrollo del periodo más destacados del momento, a diferencia de los estructuralistas y teóricos de la dependencia anteriores, utilizan el aparataje teórico de la economía convencional para analizar la situación económica de los países del tercer mundo. El comportamiento de los agentes económicos en los países subdesarrollados es el mismo que el comportamiento de sus homólogos de países desarrollados (Bauer, 1971), por lo tanto, no se justifica utilizar una teoría diferente para analizar los problemas económicos de los países del tercer mundo.

Las cuestiones de distribución vuelven a pasar a un segundo plano en favor del crecimiento económico y la estabilidad macroeconómica. El foco deja de ser crear condiciones para industrializar (obsesión estructuralista) para centrarse en crear las condiciones para que el mercado sea eficiente y de los mismos buenos resultados que en los países desarrollados (Krueger, 1990).

Los estudios de los economistas en estos años se centraron en varios frentes:

  • Demostrar el coste que las políticas de intervención habían causado en el pasado en los países subdesarrollados donde se aplicaron (Krueger, 1990). En concreto se calcula el coste neto del desvío de recursos desde sus actividades más productivas hasta las favorecidas por las protecciones gubernamentales.
  • La importancia cada vez creciente de la teoría de la elección pública hizo que se aplicara el análisis de la búsqueda de rentas al dirigismo gubernamental que implicaba el impulso de los sectores estratégicos. Se demostraba que las actividades de búsqueda de rentas y cooptación del poder político incrementaron bajo el régimen de sustitución de importaciones (Rama, 1993).
  • Combinar el teorema Heckscher-Ohlin, que expresa las bondades de las ventajas competitivas (Ohlin, 1933) con el modelo neoclásico Solow-Swan de crecimiento (Solow, 1956). Se concluye que a medida que aumenta la liberalización comercial, crece el grado de especialización y aumenta el crecimiento económico (Corden, citado en Bustelo, 1998).

Las reformas que estos economistas proponían para los países en desarrollo cristalizaron en lo que se llamó el Consenso de Washington que incluían los siguientes diez puntos (Williamson, 1990).

  • Disciplina fiscal: evitar o disminuir déficit fiscal
  • Redirección gasto público: desde subsidios hacia inversión en educación, salud, e infraestructura
  • Reforma tributaria: ampliar base tributaria, tipos impositivos no elevados
  • Tipo de interés no intervenido
  • Tipo de cambio competitivo: es decir depreciado (este punto casi pertenece más a la última de las teorías analizadas; política industrial).
  • Eliminación restricciones al comercio
  • Eliminación barreras a la inversión extranjera directa
  • Privatización empresas
  • Eliminación regulación que restrinja competencia
  • Defensa derechos propiedad: garantizar la seguridad jurídica

La mayor parte de recetas se basan en eliminar las distorsiones que la política introduce en el proceso de mercado. Sin embargo, algunos de los economistas neoclásicos enfatizan que pueden existir ciertos problemas endógenos, problemas que hacen funcionar mal de forma endógena al mercado. No es el objetivo de este artículo analizar estos problemas, sin embargo, dependiendo de la aproximación que realicen los diferentes economistas les empuja a actuar de dos formas diferentes:

  • El análisis neoclásico estándar: considera que los mercados funcionan usualmente bien, sin embargo, existen algunos mercados en los que pueden existir importantes problemas que deben ser solucionados (un ejemplo podrían ser las externalidades). La forma en la que se soluciona el problema es mediante un análisis coste-beneficio (Subirats, 1994) y calculando los precios sombra (precios teóricos que imperarían en un mercado libre).
  • Los más cercanos a la escuela de la elección pública: entienden que pueden existir algunos fallos de mercado que impidan que los precios reflejen las escaseces reales en ciertos mercados. Sin embargo, la existencia de fallos del Estado empuja a ser muy cauteloso a la hora de intervenir ya que la solución puede ser peor que el problema original (Tullock, 2005).

Neoestructuralismo

A pesar de las enormes críticas y fallos inherentes del estructuralismo (ver último epígrafe), el estructuralismo no ha muerto, sólo se ha reconvertido.

Como si de ondas cíclicas se tratara, el estructuralismo vuelve a tener una importancia relativa después del resurgimiento de la economía neoclásica en los años 80s. Desde finales de los 80s el estructuralismo vuelve, en una forma renovada, a ser una teoría popular entre los economistas del desarrollo.

No hay muchas diferencias entre el antiguo estructuralismo y el nuevo. La premisa básica sigue siendo la misma, los países subdesarrollados tienen rigideces en su estructura productiva que no existen en los países desarrollados, por lo que el análisis económico convencional (neoclásico u otro) es incapaz de dar cuenta de las verdaderas causas que explican el subdesarrollo. Una diferencia estriba en que los neoestructuralistas tienen un grado de formalización de sus hipótesis mucho mayor al de los antiguos estructuralistas. Adicionalmente, los neoestructuralistas hacen hincapié (a diferencia de los antiguos estructuralistas) en que los países subdesarrollados no son una masa homogénea y que las rigideces productivas son muy diferentes dependiendo del país bajo estudio. Por último, los neoestructuralistas ya no tienen el sesgo anti-exportador de los antiguos estructuralistas, incluso destacan la importancia de un empujón fuerte inicial de las exportaciones primarias o manufactureras (Bustelo, 1998).

El principal objetivo de los neoestructuralistas es la crítica al Consenso de Washington al que consideran simplista, replicando que no existe una solución general a problemas de diversa índole.

De la misma manera que los años 70s fueron una época de términos de intercambio favorables para los países productores de materias primas, los 80s fueron una época en la que los precios de las materias primas se desploman. Esto afecta de sobremanera a los países exportadores de materias primas, que se ven inmersos en una enorme crisis con graves problemas en la gestión de la deuda pública. Los neoestructuralistas critican que las medidas de ajuste propuestas por el Banco Mundial, en su mayor parte medidas recogidas en el Consenso de Washington, hicieron estragos en las economías que las adoptaron.

La tercera vía; política industrial

Cuando se habla de pobreza hoy, casi instantáneamente viene a la cabeza África. Cuando se hablaba de pobreza en los años 60s la imagen a representar en la mente era la de Asia.

En 1970 el 68% de los pobres extremos estaban en Asia, el 19% en África y el 13% en América Latina. En 2013 África acumula el 52% de los pobres extremos del mundo, Asia el 43% y Latinoamérica el 4%. En concreto, varios países del este de Asia han tenido un desarrollo enorme desde que acabara la Segunda Guerra Mundial.

A principios de los años 90s se empieza a poner en duda que el éxito económico de los tigres asiáticos fuera por aplicación de las recetas neoclásicas (Banco Mundial, 1993). Hasta entonces, se creía que el fracaso de África era debido a las políticas de planificación del desarrollo que venían de los economistas del desarrollo mientras que el éxito de algunos países asiáticos venía de la aplicación de las recetas de los economistas neoclásicos (Friedman, 1998). Es curioso que los más favorables a una planificación para el desarrollo también reclaman a los tigres asiáticos como ejemplo del buen hacer de sus políticas. No debería ser objeto de sorpresa que los tigres asiáticos sean reclamados por las diferentes teorías como ejemplos de la bondad de sus prescripciones, el éxito tiene muchos padres y el fracaso es huérfano.

El informe del Banco Mundial del año 93 abre la puerta a una especie de tercera vía en la economía del desarrollo; la política industrial. Los proponentes de la política industrial explican las bondades de algunos mecanismos de ajuste neoclásicos como la existencia de seguridad jurídica, proveer facilidad de inversión o la eliminación restricciones al comercio. Pero también defienden un papel activo del Estado en la provisión de infraestructura, educación y sanidad, y destacan la importancia de la exportación de productos manufacturados como motor de crecimiento e impulsor de encadenamientos productivos (Hausmann, Pritchett y Rodrik, 2004).

Los proponentes de la política industrial se parecen a los estructuralistas en la búsqueda de industrias que exhiban los mayores encadenamientos productivos, es decir, de los mayores multiplicadores de la inversión posibles. También se parecen a los estructuralistas en la desconfianza hacia las políticas tendentes a la liberalización completa por entender que los mecanismos de mercado son incapaces por si mismos de sacar a las economías del subdesarrollo (el mercado puede ser tendente a un equilibrio a bajo nivel).

Ahora bien, los defensores de la política industrial se diferencian de los estructuralistas en varios puntos:

  • Tienen una visión mucho más favorable a los mecanismos de mercado. La seguridad jurídica y la atracción de inversión extranjera directa pasa a un primer plano ahora (aunque recomendar subsidios o incentivos fiscales a ciertas industrias sean puntos comunes).
  • Proponen un tipo de cambio depreciado para fomentar las exportaciones (Rodrik, 2008). Los estructuralistas proponían todo lo contrario, un tipo de cambio apreciado para ayudar a las industrias nacionales a importar bienes de equipo.
  • Los estructuralistas tenían un sesgo anti-exportador (de hecho era un sesgo anti-globalización) mientras que los proponentes de la política industrial tienen un sesgo pro-exportador (la política económica debe favorecer a la industria exportadora). Los estructuralistas proponen un crecimiento hacia adentro (aislando al país de la división internacional del trabajo) mientras que los la política industrial busca un crecimiento hacia afuera (estableciendo una estructura de incentivos que privilegia al sector exportador).

Critica a teorías o postulados de las teorías expuestas

Vamos a dividir la crítica en varios puntos:

1- Existencia de “varias economías”

Las teorías que favorecen la existencia de “varias economías”, es decir de cuerpos de conocimiento aplicables ya no universalmente (como se presupone que hace la ciencia) sino aplicables únicamente a condiciones particulares, denuncia el análisis económico neoclásico como hecho por y para el primer mundo. No se afirma que la teoría y leyes neoclásicas sean erróneas, se dice que simplemente no aplican a los países subdesarrollados. Esto es especialmente cierto en el caso del estructuralismo, la teoría de la dependencia, el enfoque de las necesidades básicas y el neoestructuralismo.

Existe una manera mucho más correcta de tratar este aparente dualismo teórico, y es contrastando que se cumplan (o no) las condiciones iniciales que prevé la teoría (Popper, 1972). Los economistas del desarrollo podrían simplemente haber afirmado que las condiciones iniciales que la economía neoclásica preveía para que sus leyes y postulados sean válidos, no se cumplen. Una vez hecho esto, se podría haber pasado a desarrollar nuevas deducciones e hipótesis (preferiblemente falsables) cuando se cumplan una serie de condiciones iniciales diferentes.

2- Trampa de pobreza

La trampa del equilibrio a bajo nivel defendida por varias escuelas de las expuestas en este artículo en realidad se está refiriendo a la tesis de que existe una trampa de pobreza de la que es imposible salir. La trampa de pobreza tiene diversas causas; baja renta que impide ahorro y capitalización; mercados internos pequeños y poco desarrollados que impiden inversión rentable por economías de escala; desnutrición y mala salud mantiene productividad baja; baja renta evita que el Estado tenga recursos suficientes para dar servicios públicos de calidad. Todos estos motivos son acumulativos. Se dice; el motivo de la baja renta es la ausencia de ahorro e inversión, pero la baja renta de por si deja pocos recursos para incrementar el ahorro e inversión, argumentos parecidos aplicarían al resto de causas de la trampa de pobreza.

La trampa de pobreza ha sido constantemente refutada empíricamente. El simple hecho de que hoy en día exista algún país no subdesarrollado es prueba de que en algún momento ese país pudo superar las supuestas barreras insalvables que hacen subdesarrollados a ciertos países. Todos los países, también los que hoy son ricos, empezaron con rentas per cápita bajas, mercados pequeños y poco desarrollados, desnutrición y mala salud, y Estado sin recursos (y la mayor parte de las veces usando los pocos recursos para cualquier cosa menos para dar servicios públicos).

3- El efecto demostración

El efecto demostración nos decía que el contacto con países desarrollados descubre nuevas oportunidades de consumo a los habitantes del país subdesarrollado. Esto hace aumentar la propensión al consumo en aquellos lugares donde ya era demasiado alta (por baja renta), impidiendo la acumulación de ahorro y capital.

Incluso si esta relación del efecto demostración es cierta, lo curioso es que sus proponentes no hacen mención de los muchos efectos positivos que tener contacto con países desarrollados puede traer a los países menos avanzados. El contacto con el exterior puede relajar las actitudes que impiden el desarrollo material en las comunidades menos desarrolladas. También provee de un mercado externo para “poner a trabajar” los excedentes de mano de obra y recursos antes ociosos o dedicados a la agricultura de subsistencia. El efecto demostración usualmente obvia que las nuevas posibilidades de consumo ejercen también de estímulo, y es que para acceder a los nuevos bienes se ha de producir primero algo. Los contactos con el exterior introducen, además de nuevos bienes de consumo, nuevas técnicas productivas que ayudan a incrementar la producción (Bauer, 1971).

Que el efecto demostración es contrario al descrito por los economistas del desarrollo queda corroborado cuando comprobamos que los sectores y zonas más avanzadas de las economías subdesarrolladas tienden a ser aquellos más internacionalizados, es decir, con mayor contacto con el exterior.

4- Industria naciente

La protección de la industria naciente es uno de los conceptos más recurrentes en la literatura de la economía del desarrollo. Se presupone que las industrias recién creadas son incapaces de competir con las industrias establecidas de los países más desarrollados. Llegar tarde al desarrollo sería entonces una garantía de fracaso. El Estado entonces tendría que hacer de “cuidador” de la industria hasta que la misma sea lo suficientemente madura como para competir con la industria extranjera. La forma de cuidar a esta industria es mediante mercados cautivos, evitar la competencia internacional usando medidas de restricción del comercio, es decir perjudicando a los consumidores del país.

Por si no fuera poco tener un país con una renta baja, los economistas del desarrollo pretenden hacer que la renta real de los consumidores en países subdesarrollados sea todavía menor al someterlos a las ineficiencias de la industria naciente. El mercado cautivo significa, literalmente, que los consumidores (que ya tienen una renta muy baja) van a pagar precios más altos por los productos nacionales al restringirse la competencia de la industria extranjera. En caso de que la protección efectivamente funcionara, se podría decir que existe un ahorro forzoso por parte de los consumidores, que tendrían que aguantar estos mayores precios hasta que la industria sea eficiente en el futuro.

Para más desgracia de los consumidores de los países subdesarrollados, es muy dudoso que la protección a las industrias nacientes cumpla en algún momento sus promesas. Cuando no existe presión competitiva, como en los mercados cautivos, la necesidad de hacer eficientes los procesos productivos o de innovar se difumina. La protección tiende a dilatarse en el tiempo, ya que abrir a la competencia sin que exista una buena posición competitiva hace que la industria creada gracias a la protección caiga y con ella los puestos de trabajo creados. En otras palabras, cuando la protección a una industria se hace efectiva, existen muy pocas posibilidades de que la protección se levante en algún momento.

Por último, no es cierto que los países con industrias nacientes no puedan competir con los países desarrollados. Es cierto que las productividades son mucho más bajas en los países subdesarrollados, pero también es cierto que el pago por los factores productivos es mucho más bajo. Para evaluar la posición competitiva de una industria o grupo de industrias, lo importante es el ratio productividad/pago factores. Cuando el ratio es alto, la posición competitiva es buena. Los países subdesarrollados pueden competir, en un primer momento, gracias a tener pagos a los factores productivos bajos y conforme la industria vaya madurando (creciendo la productividad) pueden ir creciendo los pagos a los factores (entre ellos el trabajo) sin poner en peligro la posición competitiva de la industria.

5- Economía del resentimiento; dependencia y subdesarrollo

El enfoque de la dependencia sugiere que los países subdesarrollados son, económicamente, una cuasi-colonia de los países desarrollados. Si bien no es cierto que el colonialismo sea necesariamente empobrecedor (Bauer, 1969), no es el objetivo de esta crítica analizar las características del colonialismo, pero si demostrar que los países desarrollados no “extraen” los excedentes de los países subdesarrollados. Los países ricos no son ricos por extraer riqueza de los pobres, ni los pobres lo son porque los ricos les extraen riqueza.

El objetivo de todo esfuerzo económico es el de proporcionar bienes y servicios útiles a los consumidores. Para ello, se utilizan una serie de factores productivos que aportan sus servicios a la producción de estos bienes de consumo. Los pagos a esos factores productivos se hacen en función de su productividad económica. Factores productivos muy escasos y muy útiles para realizar bienes de consumo con utilidades marginales muy altas, tienden a tener pagos muy altos. Por el contrario, factores productivos relativamente abundantes y no muy útiles para realizar bienes de consumo con utilidades marginales bajas, tienden a tener pagos muy bajos. Y esto ocurre con independencia del lugar donde residan los factores productivos.

El principal problema de los países subdesarrollados es institucional (Acemoglu, 2012) y de ideas (McCloskey, 2016). Poblaciones cuya idiosincrasia sea contraria al comercio, al intercambio, a la acumulación de riquezas o la libertad individual y de empresa, tienden a carecer de instituciones que promocionan o protegen dichos atributos. Sin esos atributos, la especialización de los factores productivos (que causa que se vuelvan escasos y útiles) y la búsqueda de su aplicación a bienes de consumo con altas utilidades marginales, no se puede dar. Es entonces cuando los factores productivos del país subdesarrollado permanecen como factores no especializados (poco útiles) y, por lo tanto, fácilmente sustituibles y poco remunerados. No hay una especie de “plan maestro” para pagar poco a los productores en países subdesarrollados, es simplemente que las malas ideas e instituciones impiden que los factores productivos se puedan especializar en sectores con alto valor añadido.

Que los países subdesarrollados no son subdesarrollados por culpa de los desarrollados debería ser evidente cuando miramos a África. La colonización africana no comienza hasta el siglo XIX y antes de esa fecha los intercambios con otros países son muy limitados y en muchos casos inexistentes. A pesar de ello, la situación económica de África antes del siglo XIX era paupérrima y no había ninguna extracción de excedentes posible.

6- Búsqueda de industrias con altos efectos multiplicadores

Varias de las doctrinas aquí explicadas defienden impulsar ciertas industrias ya que son las que mayores efectos multiplicadores tienen. Sería algo así como fomentar industrias “industrializantes”, promocionar aquellas áreas productivas que tengan un gran efecto demanda derivada en otras áreas.

El problema es que nadie sabe que industrias cuentan con mayores efectos multiplicadores. Además, estos efectos multiplicadores no son estáticos, cambian constantemente con las condiciones económicas. Así, en los años 60s se pensaba que las industrias con mayores efectos multiplicadores eran la siderurgia y la petroquímica cuando en realidad el futuro venía por el lado del textil (totalmente insospechado) o de la electrónica de consumo. Los países que fomentaron y privilegiaron a la industria siderúrgica en los años 60s pensando erróneamente que se trataba de una industria con grandes encadenamientos productivos tuvieron graves problemas durante los años 70s y 80s (un claro caso es España y los altos hornos de Vizcaya en los años 80s).

7-Las necesidades básicas

En este enfoque lo primordial no es la renta o el crecimiento (aunque tampoco se niega su importancia), ahora lo importante es que ciertas necesidades que se consideran básicas estén cubiertas en toda la población.

Es interesante que para llegar a cubrir esas necesidades básicas el principal instrumento sea la distribución de rentas y, sobre todo, de propiedades además de reorganizar a los trabajadores en sindicatos. Desde luego un incremento de la conflictividad social (que es lo primero que va a traer una enorme redistribución de renta) no parece lo mejor para cubrir las necesidades de los más desfavorecidos.

La redistribución se presupone que crea un mercado homogéneo con capacidad adquisitiva suficiente como para justificar nuevas inversiones. Lo cierto es que cuando se producen redistribuciones masivas (como la propuesta por los partidarios del enfoque de las necesidades básicas) es muy improbable que nueva inversión tenga lugar. Con una mínima aversión al riesgo, la expectativa de nuevas redistribuciones provoca un enorme desincentivo a invertir.

[1] El enfoque de la dependencia nunca tuvo tanto impacto teórico como las contrapartes aquí apuntadas. Se podría decir que el enfoque de la dependencia es una teoría heterodoxa (Bustelo, 1998).

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