Ciencia: religión laica del siglo XXI

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La ciencia se ha transformado casi en la religión del siglo XXI. Una religión laica, que duda cabe, incluso a veces militantemente atea, sin embargo, una religión en toda regla en algunos aspectos.

Voy a iniciar la discusión argumentando que la ciencia se ha transformado en un arma arrojadiza en nuestras sociedades modernas.

Ciencia como arma en un mundo polarizado

Existe una polarización creciente en nuestra sociedad. Esto puede ser un síntoma de una mentalidad pre-revolucionaria como defendía el genial Pitirim Sorokin en su magna obra “La Sociología de la Revolución”[1].

La ciencia no es ajena a esta polarización. Se está moviendo el eje dicotómico en el que suele gravitar la ciencia (y otras áreas del saber como la filosofía). El movimiento se da desde el eje “verdadero/falso” al eje “bueno/malo” tal y como defiende el sociólogo Niklas Luhmann.

Cuando abandonamos el concepto de verdad en la ciencia y otras disciplinas del saber humano transformamos su naturaleza esencial. Abandonamos la pretensión de conocer lo que es para establecer lo que a nuestro limitado juicio debería ser.

El psiquiatra español Pablo Malo argumenta que existe en las sociedades actuales una epidemia de moralización que también invade a la ciencia. Como también defiende Pablo Malo, la moral tiene una doble cara:

  • Es un instrumento muy eficaz para fomentar la cooperación de grupos de personas. Compartir normas morales fomenta la cohesión dentro del grupo y genera actitudes más altruistas hacia otros miembros de ese grupo
  • Es un peligro, ya que la moral genera un imperativo a actuar cuando alguien trasgrede normas y valores que consideramos sagrados e intrínsecamente buenos.

Hay muchos más puntos relativos a la doble cara de la moral que nos presenta Pablo Malo, sin duda su libro “Los peligros de la moralidad” es una delicia intelectual. Probablemente haré en el futuro más artículos con esta temática basados en su libro.

En lo que a la aplicación de la moral a la ciencia respecta, podemos afirmar que es la semilla de su destrucción. Introducir la dicotomía “bueno/malo” en ciencia genera ámbitos prohibidos para la investigación. Incluso más grave, genera ámbitos donde la verdad deja de tener importancia. En estos casos, la ciencia se pone al servicio de una “verdad revelada” que cree cierta de forma dogmática algún grupo que ha conseguido imponer su discurso en una sociedad.

En este sentido, el objetivo de la ciencia se transforma. La ciencia deja de buscar la verdad y se convierte en un arma utilizada contra grupos que muestran valores morales diferentes a los del grupo o grupos culturalmente dominantes. Es entonces cuando todo el instrumental de la ciencia se pone al servicio del dogma. Los grupos con valores morales que son considerados peligrosos son ridiculizados con adjetivos como anticientíficos o personas ancladas en el pasado.

Ilustremos nuestra exposición con un ejemplo: los alarmistas del cambio climático utilizan a la ciencia para atacar a aquellos que transgreden las normas morales que ellos creen sagradas. Los disidentes del dogma climático son a menudo presentados como malvados enemigos del planeta (el objetivo es presentar como agresor a la contraparte para que esté justificada la posible reacción violenta contra ella). Si el dogma sagrado es la conservación del planeta, el pecado toma formas como poseer vehículo propio, comer carne o viajar en avión. Toda transgresión del dogma sagrado debe ser castigada, sólo existe un planeta, nos dicen, por tanto, los comportamientos que hagan daño al planeta deben ser cercenados inmediatamente. La ciencia es utilizada como herramienta para un fin moral ya prefijado: la preservación del planeta. Nos hablan de consensos científicos, aunque la ciencia avance más bien confrontando posiciones y no llegando a conclusiones unánimes. La disidencia rara vez es contestada y casi siempre es vilipendiada y acallada de forma condescendiente con las acusaciones de estar en contra de la ciencia.

Para más ejemplos, el lector puede adaptar el ejemplo anterior a cualquier otro dogma moderno como el feminismo, la teoría de la interseccionalidad, el antirracismo, etc.).

Por tanto, la moralización e instrumentalización de la ciencia lleva a su destrucción. Pero el problema no acaba aquí, la ciencia en sí misma se ha transformado en una especie de religión.

Ciencia como religión laica y señal costosa de pertenencia a grupo

Uno de los aspectos centrales de la religión son los dogmas de fe. Un dogma de fe es una afirmación que no necesita ser probada (similar a un axioma en un argumento). Un dogma de fe requiere el esfuerzo por parte de una persona de creer que algo es verdadero aunque no se posea ninguna prueba de ello.

Los dogmas de fe pueden ser vistos como una forma en la que se pone de manifiesto la teoría de las señales costosas. Esta teoría se entronca dentro de la tradición evolutiva y nos dice que, a la hora de interactuar en sociedad, todos los individuos se presentan a sí mismos como cooperadores, aunque algunos realmente lo son. Las señales no costosas las puede emitir cualquiera, pero las verdaderamente interesantes son las señales que indican al grupo que el potencial nuevo integrante realmente va a cooperar con el resto. Sólo las señales que generan un coste importante al emisor se consideran valiosas.

Un ejemplo de señal costosa son las pruebas que hacen las maras o las mafias a los nuevos integrantes: las pruebas están diseñadas para convertir en un delincuente al nuevo integrante. El objetivo es aislar al aspirante del resto de la sociedad. El grupo se asegura que a partir de ese momento el aspirante sólo puede cooperar dentro del grupo criminal.

Los dogmas de fe podrían caer bajo la teoría de las señales costosas. Cuanto más extraño y peregrino sea el dogma, mejor. La santísima trinidad nos dice que tres personas son en realidad una persona y tres al mismo tiempo, algo muy complicado de creer para alguien que no acepta el dogma por desafiar la lógica más básica. Tampoco es fácil creer que si destruyes tu cuerpo con un explosivo pegado al pecho en un lugar lleno de gente inocente, Dios te va a recompensar otorgándote un harén de vírgenes en el paraíso. Si realmente crees este tipo de dogmas, es evidente que estas lanzando un mensaje muy fuerte de cooperación al resto del grupo.

La creencia ciega en la ciencia, incluso cuando no se sabe muy bien qué significa ciencia, podría ser una señal costosa de pertenencia a grupo. A nivel global, el 80% de las personas confía mucho o algo en la ciencia, y sólo un 13% no confía en la ciencia. Curiosamente, y en claro contraste, sólo el 47% de los encuestados afirma saber mucho o algo sobre ciencia.

Tabla 1 Confianza y conocimiento sobre ciencia

Confía mucho en la ciencia41%
Confía algo en la ciencia39%
Mucho conocimiento sobre ciencia (autopercepción)  6%
Algo de conocimiento sobre ciencia (autopercepción)41%
Fuente: Wellcome Global Monitor

Nadar en estas estadísticas es muy interesante. Por ejemplo, la mitad de las personas afirman no conocer casi nada o absolutamente nada sobre ciencia, sin embargo, una de cada tres personas de las que afirman no saber mucho o no saber nada sobre ciencia también afirman que confían mucho en la ciencia. Es decir, una gran parte de la población no sabe de ciencia, pero confía ciegamente en la ciencia. Si no es esto un dogma de fe, que baje Dios y lo vea…

La sacralización de la ciencia probablemente es incluso mayor de lo que los datos comentados dejan entrever. Si pudiéramos preguntar a las personas que creen saber mucho o algo de ciencia una definición de ciencia, unos cuantos probablemente tendrían problema para dar una respuesta sin rodeos. Otros muchos probablemente afirmarán que ciencia que es algo que tiene que ver con la generación y uso de datos, sin ser capaces de establecer en qué consiste esa generación y uso de datos. Los más interesados en el tema podrían afirmar que ciencia consiste en la utilización de métodos empíricos, e incluso estos últimos tendrían sólo parte de razón. Muy probablemente muy pocos serían capaces de sostener una definición de ciencia más acorde con la realidad. En otro artículo veremos la definición concreta de ciencia.

“Creer” en la ciencia como forma de señalizar virtud

La similitud de la ciencia moderna con la religión no acaba aquí. Acudiendo de nuevo a la teoría evolutiva, las personas que forman parte de un grupo necesitan, además de generar señales costosas, generar señales visibles. Por tanto, los individuos deben señalizar explícita y constantemente su carácter cooperador. Esto pasa en diferentes religiones (por ejemplo, es buena idea que te vean en misa los domingos o que te vean con una cruz negra pintada en la frente en alguna fecha señalada). Estas señales presentes en nuestras sociedades es lo que Jeffrey Miller describió como señalización de virtud de forma magistral en su libro Virtue Signalling. Los individuos necesitan expresar constantemente la señal de que son parte del grupo, están expresando su carácter cooperador.

En el caso concreto de la ciencia ocurre lo mismo, los individuos necesitan poner en su estatus de Twitter que han sido vacunados completamente o necesitan subir fotos que prueben su señal costosa en forma de pinchazo en el brazo.

Por tanto, las personas no saben que es ciencia, pero necesitan creer en la ciencia. Es su señal costosa de pertenencia a un grupo, es su forma de decirle al mundo: “soy un cooperador”.

De la misma manera que en el epígrafe anterior, puede aquí el lector imaginar las señales costosas que emiten constantemente los miembros de cualquier otro dogma o enfermedad social moderna como el feminismo, el ecologismo o el antirracismo.

Conclusión: ciencia pervertida = ciencia muerta

Los seres humanos somos seres sociales, algunos autores incluso denominan al ser humano como un ser hipersocial.

Cooperar en grupos sociales no es tan sencillo: la confianza en otros individuos es un ingrediente imprescindible para que la cooperación tenga lugar Y no todos los individuos son cooperadores siempre. Todo grupo social necesita mecanismos para descubrir tramposos y comportamientos oportunistas por parte de pretendidos cooperadores. La exigencia de emitir señales costosas es una forma que tienen los grupos de protegerse frente a tramposos. La religión es un excelente coordinador social al ser un buen cohesionador de grupos y al exigir la emisión de señales costosas por parte de sus seguidores.

La religión y la moral tienen una función social coordinadora. Pero la moral no puede inmiscuirse en todos los aspectos de la vida social. La moral habla en términos de “bien” o de “mal” y no todas las formas en las que se desarrolla la cooperación humana funcionan mejor bajo este esquema. La ciencia y otras disciplinas del saber humano sólo pueden funcionar bajo el esquema dicotómico “verdadero/falso”. Si la verdad desaparece de la ciencia, la ciencia muere.

Por último, no quiero dejar al lector con un sabor de boca demasiado amargo por evadir la pregunta de qué es la ciencia. Aunque exploraré en mayor profundidad el concepto de ciencia en un próximo artículo, hacer ciencia es simplemente utilizar un método: el método hipotético-deductivo.


[1] Aviso a navegantes: el autor de estas líneas no es imparcial y en esta situación se considera a sí mismo un antirrevolucionario o reaccionario (entendido como reacción frente a la revolución).

Esto no significa que no sean necesarios cambios en la sociedad, significa que estos cambios nunca deben ser de arriba abajo, rediseñando desde cero toda la sociedad, ni de forma violenta. Se trata de contraponer el concepto de evolución al de revolución. La mejor manera de generar cambio constructivo, por tanto es convertirse en un reaccionario o antirrevolucionario)..